Hubo un tiempo en el que los médicos anunciaban tabaco y en el que también podían hacer recetas como de heroína o cocaína. Sin embargo, también era normal comprarlas en la farmacia y sin receta. Se utilizaba como droga recreativa el éter, que ahora podemos comprar sin problemas legales. Los anglosajones utilizan la palabra “drug” tanto para medicamentos como para las drogas tal y como las conocemos en español.
Campaña de Camel que utilizaba la imagen de los doctores fumando y el potente lema:
«MORE DOCTORS SMOKE CAMELS than any other cigarette»
Un frasco de heroína Bayer.
Entre 1890 y 1910 la heroína se divulgaba como sustituto no adictivo de la morfina y como remedio contra la tos para niños.
Este vino de coca fue fabricado por Maltine Manufacturing Company de Nueva York. La dosis indicada decía: “Una copa llena junto con, o inmediatamente después, de las refecciones”.
Un peso de papel promocional de C.F. Boehringer & Soehne (Mannheim, Alemania), “los mayores fabricantes del mundo de quinina y cocaína”. Este fabricante estaba orgulloso de su posición líder en el mercado de la cocaína.
Propaganda de heroína Martin H. Smith Company, de Nueva York. La heroína se usaba ampliamente no solo como analgésico, sino también como remedio contra el asma, la tos o la neumonía. Mezclar heroína con glicerina (y comúnmente azúcar y saborizantes) volvía al amargo opiáceo más agradable para su ingestión oral.
Este National Vaporizer Vapor-OL estaba indicado “para el asma y otras afecciones espasmódicas”. El líquido volátil se colocaba en una olla y se calentaba con una lámpara de queroseno.
Hacia finales del siglo XVII llegaron a las farmacias europeas las primeras inquietudes del progreso científico. Seguían vendiendo muchas de las raíces usadas desde la antigüedad, pero los destilados de las plantas y los minerales se iban convirtiendo en drogas poco aceptadas. Las bien surtidas farmacias del siglo XVII no solo tenían los tradicionales morteros y manos, sino que también alambiques y condensadores para destilar. Las farmacias fueron los primeros laboratorios de la química científica; así se descubrieron los cuerpos como el fósforo y el flúor. Bajo la supervisión rigurosa de gremios poderosos, los farmacéuticos del siglo XVII se especializaron en la producción de drogas galénicas (extractos puros de plantas, como el aceite y la zanahoria) y de drogas químicas (como las sales de olor, hechas mezclando carbonato de amonio y agua con amoniaco). En nuestros días nos quedan los fantasmas de muchas de las antiguas drogas, pues sus ingredientes esenciales, aislados químicamente, se han incorporado en los alcaloides, glucósidos y aminas de las mucho mejores drogas de la medicina contemporánea.
Las gotas de cocaína para el dolor de dientes (1885) eran populares para los niños. No solo acababan con el dolor, sino que también mejoraban el “humor” de los usuarios. La cocaína es un alcaloide que se encuentra en las hojas del arbusto «Erythroxylon coca»; químicamente es un derivado de la latropina. Es un estimulante cerebral extremadamente potente, de efectos similares a las anfetaminas. Además, es un enérgico vasoconstrictor y anestésico local. Al absorberse por las mucosas nasales cuando se aspira, se metaboliza en el hígado y se elimina por la orina. Inicialmente se usó en el tratamiento de trastornos respiratorios y depresivos. Por su efecto analgésico, se usó en intervenciones quirúrgicas. Posteriormente se empleó con fines militares por su efecto vigorizante y el componente de agresividad que otorga. A comienzos del siglo XX empieza a consumirse por aspiración nasal. En esta época, eran prácticamente desconocidos sus efectos perjudiciales, por lo que estaba presente en las fórmulas de bebidas, jarabes contra la tos, lociones capilares y hasta en los cigarrillos.
En 1909 existían en EE.UU. más de 70 bebidas registradas con componentes de cocaína, lo que incrementó la producción en los países donde se cultivaba coca, fundamentalmente Perú. Los estudios del uso de cocaína comenzaron con FREUD, al que siguieron HEMMOND (1887) y BOSE (1902), los cuales encontraron sintomatología aguda y crónica en el consumo. Recientemente, en la década de 1980, los experimentos sobre patrones de consumo y cantidades certificaron sus efectos sobre la adrenalina, muy relacionada con la agresividad.
La cocaína estimula el sistema nervioso central, actuando directamente sobre el cerebro. Sus efectos fisiológicos inmediatos son: sudoración, aumento en la potencia muscular, midriasis, incremento de la actividad cardíaca y de la presión sanguínea, dilatación de los vasos sanguíneos periféricos, convulsiones, aumento del ritmo respiratorio y de la temperatura corporal. Estos síntomas pueden provocar la muerte por paro cardíaco o fallas respiratorias. Además, se presentan irritaciones y úlceras en la mucosa nasal. Habitualmente causa congestión nasal, que puede presentarse o no con secreción liquida. El uso por vía inyectable expone al adicto a infecciones de SIDA, hepatitis B y C, y otras enfermedades infectocontagiosas.